Mujeres que cruzaron un océano: ANITA MELÍN PEHUÉN
En 1888 se registran 178 habitantes en Rapa Nui, 100 hombres y 78 mujeres. Algunos de ellos dejarán descendencia, otros no. Algunos tendrán hijos con personas foráneas y poco a poco se ira construyendo una sociedad “mestiza” que dará origen a la sociedad rapa nui actual.
Parte de estas personas que llegaron desde otros territorios son mujeres, algunas estarán de paso, otras decidirán quedarse, tener hijos y hacer familia junto a hombres rapa nui. Serán mujeres que, dejando su vida en tierras lejanas, optarán por vivir en una cultura diferente. Olvidarán algunas, otras vivirán en la añoranza, para algunas será más fácil para otras significará un gran esfuerzo, sin embargo, todas dejarán su impronta y la mayoría de ellas referirá el amor como la principal causa de la decisión de migrar a esta tierra lejana.
Muchas han permanecido en silencio, algunas han levantado su voz, otras simplemente observarán el paso del tiempo, trabajando, criando, y dando forma a una comunidad que a veces las olvida.
Hemos querido narrar parte de una historia no contada: la sociedad contemporánea rapa nui se ha conformado en gran medida producto de la unión con personas venidas de otros territorios y su historia también es parte de la historia de Rapa Nui.
Estos relatos, en primera persona, son fragmentos de algunas de las entrevistas realizadas a mujeres foráneas, que establecieron vínculo con hombres rapa nui, que hicieron familia y se quedaron a vivir lejos de su tierra natal. Han sido realizadas por Ana María Arredondo, historiadora, y además madre, abuela y bisabuela de personas rapa nui.
ANITA MELIN PEHUEN
Nací el 12 de octubre de 1953 en la región de la Araucanía. Crecí en la Reducción Indígena de Rali Pitra en Nueva Imperial, en el sector del campo. Mi papá es Lonco, es decir, el jefe de la Reducción, y todo se le consulta. Aunque ya es anciano, aún sigue con vida; mientras que mi madre falleció hace unos años. Parte de mi familia sigue viviendo en la Reducción. Mi identidad es mapuche. Soy parte de una familia numerosa, con nueve hermanos. Mi padre era agricultor y mi madre siempre estuvo al cuidado del hogar. Soy la mayor de todos y estamos todos vivos.
Llegué a la Isla a principios de 1973, me vine a trabajar con la familia de Mario Leger, que era el director del Hospital y oriundo de Pitrufquén. Yo era menor de edad, tenía 18 años, en esa época la mayoría de edad era a los 21 años, por lo que mis padres tuvieron que autorizar legalmente para que yo pudiera venir. Fue en ese periodos en que conocí a Andrés y me enamoré de él, tomando la decisión de quedarme en la Isla. Sin embargo, la familia para la cual trabajaba me puso una condición para quedarme: debía casarme y me dieron un plazo de 15 días. Hasta hoy no me arrepiento de esa decisión. Fue la propia familia la que organizó mi matrimonio. A lo largo del tiempo, siempre mantuve contacto con la familia que me trajo a la Isla.
La familia de mi esposo es Ika Paoa, quienes me recibieron de manera muy cordial, especialmente mi suegra, Juanita Icka Paoa, que vino a reemplazar a mi mamá. Su generosidad fue notable.
Con Andrés tuvimos cuatro hijos, tres varones y una niña. El mayor, Roberto, es Técnico Forestal e Ingeniero en Medio Ambiente, trabaja actualmente en la Delegación Provincial. Le sigue Francisco, que estudió inglés, trabajó durante mucho tiempo en CONAF y actualmente tiene diversos trabajos. El tercero, Hoko, es músico y artista, mientras que la menor, mi hija, se Licenció en Ciencias Políticas y Relaciones Exteriores. En total, tengo siete nietos, y asumimos la tutela absoluta de dos de ellos, quienes son hijos de uno de mis hijos. Todos son niños excepcionales.
Vivir en la Isla no fue difícil para mí, ya que estaba acostumbrada al estilo de vida rural; de hecho, crecí en el campo.
Estudié hasta el 4º básico, por esta razón, concluí mis estudios aquí en la isla, asistiendo a la Educación Vespertina. A pesar de no haber experimentado la escasez de alimentos, la vida era rigurosa en aquel entonces, principalmente debido a la falta de recursos económicos para otras necesidades. Mi deseo constante de superación me llevó a dejar mi hogar y comenzar a trabajar. A lo largo de mi vida, aprendí mucho de las personas con las que trabajé. Su apoyo fue fundamental para mí.
La isla me cautivó por su vegetación. La única dificultad que experimenté fue tomar conciencia de estar rodeada por el mar. Por supuesto, extrañaba a mi familia, pero con el tiempo y al convertirme en madre, mi familia de origen pasó a un segundo plano.
Adaptarme a la forma de vida en la isla fue un desafío, ya que implicaba sumergirme en otra cultura. Sin embargo, lo crucial fue que Andrés siempre respetó y valoró mi manera de criar a mis hijos y de llevar mi casa. Aunque en ocasiones me criticaba que fui demasiado dura y aprehensiva, esas características formaron parte de mi crianza y las transmití a mis hijos.
Andrés ha sido un buen compañero, tranquilo y dispuesto a adaptarse a mi sistema. Y yo he respetado la riqueza cultural de la isla. Trabajé siempre para mi casa y también en otras casas haciendo aseo, con mucha honra. En los últimos 12 años, he trabajado en el Colegio Católico Padre Eugenio Eyraud, donde, aunque soy auxiliar, estoy muy involucrada en la educación de los niños. Uno trabaja en equipo con los profesores. Me siento muy bien en este trabajo.
He sido testigo de los cambios que ha experimentado la isla, desde la llegada de la televisión, que significó un cambio brusco en las costumbres. Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños, la programación televisiva comenzaba a las 6 de la tarde y finalizaba a medianoche, con programas envasados. Daban esa serie «Raíces» sobre Kunta Kinte, y los niños imitaban lo que veían en pantalla. Esto me impactó. No obstante, también ha habido transformaciones que han mejorado la calidad de vida. Cuando pavimentaron las calles, Andrés me advirtió: «Habrá muchos accidentes», y así ha sido. Numerosos jóvenes han perdido la vida por andar tan rápido en moto. Estos cambios, tanto positivos como negativos, han dejado su huella en la comunidad.
Mi aporte a la isla han sido mis hijos, que recibieron buena educación, formal y valórica. Ellos tienen bien clara su identidad, por parte de su madre, mapuche, y de su padre, rapa nui, se sienten orgullosos y respetan ambos orígenes. Eso me deja tranquila. Me dediqué a mi familia, y eso me da tranquilidad y felicidad.