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Mujeres que cruzaron un océano: ELVIRA AGUILERA GUERRERO

En 1888 se registran 178 habitantes en Rapa Nui, 100 hombres y 78 mujeres.  Algunos de ellos dejarán descendencia, otros no. Algunos tendrán hijos con personas foráneas y poco a poco se ira construyendo una sociedad “mestiza” que dará origen a la sociedad rapa nui actual.

Parte de estas personas que llegaron desde otros territorios son mujeres, algunas estarán de paso, otras decidirán quedarse, tener hijos y hacer familia junto a hombres rapa nui.

Serán mujeres que, dejando su vida en tierras lejanas, optarán por vivir en una cultura diferente. Olvidarán algunas, otras vivirán en la añoranza, para algunas será más fácil para otras significará un gran esfuerzo, sin embargo, todas dejarán su impronta y la mayoría de ellas referirá el amor como la principal causa de la decisión de migrar a esta tierra lejana.

Muchas han permanecido en silencio, algunas han levantado su voz, otras simplemente observarán el paso del tiempo, trabajando, criando, y dando forma a una comunidad que a veces las olvida.

Hemos querido narrar parte de una historia no contada. La sociedad contemporánea rapa nui se ha conformado en gran medida producto de la unión con personas venidas de otros territorios y sus historias también son parte de la historia de Rapa Nui.

Estos relatos, en primera persona, son fragmentos de algunas de las entrevistas realizadas a mujeres foráneas, que establecieron vínculo con hombres rapa nui, que hicieron familia y se quedaron a vivir lejos de su tierra natal. Han sido realizadas por Ana María Arredondo, historiadora, y además madre, abuela y bisabuela de personas rapa nui.

 ELVIRA AGUILERA GUERRERO

Nací en Isla Negra y cuando tenía 2 años nos trasladamos a vivir a Santiago, ciudad en donde crecí. Éramos una familia numerosa: tengo 5 hermanos, 4 mujeres y 1 hombre.  Desafortunadamente mis padres fallecieron.

Elvira Aguilera

Estudié en una escuela básica cercana a mi casa en la comuna de San Miguel. Posteriormente continué mis estudios de educación media en el Instituto Comercial, en donde seguí la especialidad de Contaduría.  Debía hacer un quinto año para titularme como contadora, pero no lo hice.

Mi primera conexión con la isla fue cuando tenía como 7 años, bailé “sau sau” en una fiesta del colegio. Yo no sabía nada de la Isla en ese momento. Recuerdo que cada curso debía representar algo característico de una zona del país. Eso me quedó muy grabado.

Después de completar mis estudios, comencé a trabajar en una perfumería ubicada en pleno centro de Santiago, específicamente en San Antonio, frente a la Iglesia de San Francisco. En la vereda, había quioscos que exhibían artesanías de Rapa Nui, y justo frente a nuestro local, se encontraba un carro de artesanías. Allí conocí a Hilda, la esposa de Diego Pakarati, quien atendía el carro. A pesar de nuestra diferencia de edades, Hilda y yo nos hicimos muy amigas.

Un día, Hilda me preguntó si conocía a gente de Rapa Nui, a lo que respondí que no. Ella me comentó que, a menudo, jóvenes de la isla visitaban el lugar. Pasó cerca de una semana y observé la llegada de dos jóvenes. Uno de ellos llamó mi atención de inmediato. Una semana después, ese joven le dijo a Hilda que le gustaría conocerme y propuso encontrarnos en la puerta de la Iglesia. Sin embargo, surgió una confusión entre mi compañera de trabajo y yo sobre a quién se refería. Para resolverlo, decidimos resolverlo al “cara y sello”, lanzando una moneda al aire. Gané la apuesta y fui a la cita.

Así fue como conocí a José Nicolás Pakomio Ika un 30 de agosto. Desde ese momento, nunca dejamos de encontrarnos.

Elvira Aguilera

Esos meses fueron de enamoramiento, Pato, como le decían, era muy cariñoso. Él había ido a estudiar al Liceo Barros Arana, ya había terminado y vivía con su mamá, la cual se había separado de su papá y se había ido a vivir a Santiago.

Durante ese período, yo vívia con mi madre, ya que todos mis hermanos se habían casado. Mi mamá quedó encantada con Pato; su ternura y amabilidad la conquistaron por completo. Cada vez que él llegaba, mi mamá lo recibía con cariño. Después de tres meses de pololeo, decidimos dar el siguiente paso y nos casamos.

Pato decidió viajar en abril a la isla para informar a su familia sobre nuestro matrimonio y la decisión de trasladarnos a vivir a la isla. El 19 de mayo de 1980, viajé a Rapa Nui a la edad de 23 años. En el aeropuerto, Pato, su hermano y mi cuñada me estaban esperando. Era un aeropuerto al aire libre y Pato había llegado en su caballo, en el cual transportó las maletas, mientras que nosotros caminamos hacia nuestro destino.

Me sentía distante y ajena a lo que consideraba ‘mío’, pero la isla me cautivó desde el primer momento. Cuando llegué a la casa de su padre, mi cuñada me recibió con una cazuela de pollo de campo y fue increíblemente amable. Sin embargo, mi suegro mostró una actitud hosca desde el principio. Creo que pudo deberse al hecho de que sabía que venía de la casa de mi suegra.

Yo provenía de un entorno matriarcal absoluto; mi papá era un hombre increíble que trabajaba y entregaba su sueldo a mi mamá, quien tomaba decisiones y administraba todo. Ellos compartían un profundo amor. Mi madre nos inculcó, a las mujeres de la familia, la importancia de defender nuestros derechos. Por otro lado, Pato había crecido en un sistema de patriarcado absoluto. Su padre no valoraba mucho a las mujeres, y esta perspectiva se transmitió a sus hijos. Vivimos alrededor de tres años bajo el techo de mi suegro, y fue en ese periodo que nació Vahiroa. Sin embargo, yo anhelaba que tuviéramos nuestro propio espacio, y un día decidí dejar la casa de mi suegro.

Una tía de Pato, Graciela Hanarato Ika, que se encontraba en Santiago, me hizo un regalo extraordinario: un terreno con escrituras a mi nombre, el mismo en el que resido ahora. Salí con una carpa, mis pertenencias y Vahiroa, y me instalé en el terreno. En esta área no había nada, solo la casa del tío Juan Ika. El terreno estaba cubierto de toroko (un tipo de pasto), y yo misma limpié el espacio justo para poner la carpa.

Pato vino para buscarme esa noche, pero le dije que no, que me quedaría a vivir aquí. Se fue pensando que regresaría a la casa de su padre. Estuve así durante aproximadamente un mes.

Para sobrevivir, conseguí un trabajo en la escuela haciendo aseo a cambio de comida, y todos los días iba con Vahi. A veces, Pato traía cosas, y el tío de al lado nos permitió tirar una manguera desde su terreno para nuestras necesidades; incluso me bañaba entre los toroko.

Poco tiempo después, empecé a sentirme muy mal y fui al hospital, donde descubrí que estaba embarazada de Tavake. En una noche, Pato vino y le conté mi situación. El embarazo resultó complicado, y me dijeron que debían trasladarme al continente. Le dije a Pato que no volvería a menos que construyera una casa en el terreno.

Me fui cuando tenía cinco meses de embarazo hasta que nació Tavake. Cuando Pato me llamó para decirme que ya había construido la casa, no pude viajar debido a complicaciones de la cesárea. Él viajó para conocer a la pequeña cuando ya tenía unos ocho meses y se llevó a Vahiroa porque mi mamá tenía dificultades para cuidarla. Mientras yo seguía hospitalizada en una casa de reposo en Valparaíso, creo que llevarse a Vahiroa fue una estrategia para que regresara a la isla.

Después de un tiempo, regresé y allí estaba la casa que Pato había construido. Era pequeña, de concreto. Había obtenido un beneficio social del municipio que proporcionaba el material, y tú eras responsable de la construcción. Algunos familiares y amigos lo ayudaron durante la construcción. La casa tenía dos dormitorios, baño y cocina. Estaba muy contenta, y así comenzamos nuestra vida juntos. Fue un buen periodo.

A los dos años, quedé nuevamente embarazada y nació Tonchi, lo cual hizo que Pato estuviera feliz. Trabajaba junto a él ordeñando vacas y elaborando queso. Vendíamos los quesos en el pueblo, en diferentes lugares, o los intercambiábamos por mercadería cuando la gente no tenía dinero. Así vivimos durante muchos años, yendo del campo al pueblo.

Tu relato es claro y detallado. Aquí tienes una revisión para mejorar la estructura y fluidez:

Después de seis años desde el nacimiento de Tonchi, quedé embarazada de Kimi. Dado que ya había tenido tres cesáreas, este embarazo se consideraba de alto riesgo, y yo no quería viajar al continente para dar a luz. Hablamos con Iovanni Teave, quien tenía un amigo médico, el doctor Zeggers, y le pedimos que nos ayudara a gestionar su presencia. Amablemente, el doctor Zeggers vino y me atendió.

Mi vida ha sido una vida de trabajo, en la que he aprendido muchas cosas. Me encantó el sistema de vida en la isla, aunque extrañaba a mi familia; sin embargo, sentía que estaba bien aquí. Experimenté una mayor libertad y la capacidad de ajustar mi vida a lo que deseaba vivir. Siempre me ha gustado el campo. Pasábamos los veranos allí con los niños, y durante el resto del año, en la época escolar, vivíamos en el pueblo.

Conseguí un trabajo en la Municipalidad en la oficina de la Mujer y quedé a cargo de ella. Luego, se estableció un convenio con SERNAM (Servicio Nacional de la Mujer) de la 5ª Región, lo que implicó que tuviera que viajar al continente para realizar cursos. El trabajo en torno a la protección de la mujer resultó muy interesante. Posteriormente, me incorporé a un trabajo en el Hospital, donde continué abordando el tema de la mujer maltratada, brindando la primera contención a las mujeres que sufrían violencia. Colaboraba estrechamente con el Doctor Fuentes.

En esa época, a Pato se le hinchó un sector del cuello y le diagnosticaron un cáncer linfático. Nunca pensé que él se fuera a enfermar; era un hombre fuerte, andaba a caballo todo el día, volteaba solo a un toro, y siempre creí, con mucha certeza, que yo me iba a morir antes, así no me quedaría sola. Él tenía 50 años cuando se enfermó, y en ese momento, yo era secretaria de dirección en el Hospital. Lo trasladaron al continente, y yo lo acompañé al Hospital Van Buren en Valparaíso, donde comenzó su tratamiento. Sin embargo, al segundo año, sufrió una recaída.

Fueron unos años difíciles. Vendimos casi todos nuestros animales, teníamos cerca de 100 cabezas de ganado, y la camioneta para poder solventar a nuestra familia y pagar en parte el tratamiento. Teníamos dos niños en la Universidad, a Tavake estudiando kinesiología y a Tonchi Administración de Empresas. Los otros dos estaban aquí.

Conseguí un segundo trabajo haciendo empanadas para Berta, y Pato postuló a un proyecto en la Municipalidad para la construcción de un vivero, que fue aceptado. Hice almácigos de tomate, y a los pocos días, Pato falleció en junio de 2008, era el quinto año de su enfermedad. Fue duro. Él nunca tuvo total conciencia de lo que tenía, y si la tenía, se lo guardó muy bien. Su actitud siempre fue como si no pasara nada. Fueron años difíciles, pero quedo tranquila porque los últimos años fueron con él y de mucha tranquilidad. Me he quedado con los buenos momentos vividos, los años felices, la llegada de los niños, y eso ha sido sanador para mí.

Cuando Pato falleció, no tenía más que mis trabajos, pero con estos no podría solventar a mi familia y realizar lo que me había propuesto. Planté los almácigos de tomate que había preparado, eran 100 matas. En octubre coseché 3.000 kilos de tomates. Tomé la decisión de vender los pocos animales que quedaban y renuncié al Hospital y a trabajar para Berta. Con el dinero obtenido, construí la primera habitación para turismo y viajé al continente para comprar muebles y todo lo necesario para habitarla. Mi deseo de mucho tiempo atrás se había cumplido. A Pato nunca le gustó la idea; no quería que nada interfiriera en su forma de vida. En diciembre de ese año, comencé a recibir huéspedes.

El vivero continuó produciendo diversas cosas que vendía a hoteles y restaurantes. Mientras iba ampliando el espacio para los turistas, de una sola habitación logré tener diez.

Crecí como persona aquí en la Isla, me conocí y aprendí a comprender que existen diferentes posturas de vida, todas tan respetables como las mías. Siempre he tenido un gran respeto por la cultura rapa nui, especialmente porque mis hijos son parte de ella.

En estos años, lo más importante ha sido mis hijos: criarlos e inculcarles su cultura, entregándoles también todo lo bueno que heredé de mi familia. En cada uno de ellos veo que asimilaron estas enseñanzas valóricas, aman su identidad rapa nui, se sienten conectados con su historia y reconocen en su padre la capacidad de trabajo. Agradezco todo esto.

Amo vivir en la Isla, quiero que mis huesos queden aquí.

 

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